“Un cielo benigno brilla y enceguece los ojos del pobre moribundo. Se le nota a lo lejos, oculto del sol matutino, bajo unos árboles medio muertos. Sus manos ensangrentadas apenas logran escribir unas palabras.
‘Aquí estoy otra vez, corazón, escribiéndote mientras te extraño en cada letra. ¿Cómo estarás allá arriba, amor? ¿Serán tus brazos o tus alas que me cubren y me entibian?
Ya olvidé el gusto dulce de tus labios, tu tez clara y blanquecina. Perdóname mi amor, por favor. Lo negro aquí es demasiado para mí. Tu luz se ha desvanecido completamente, y la fineza de tu mirar ya no descubre mi sentir. Asumo que sueles pensar en mí, quizás. Espero que así sea… sino esta batalla sin victoria por lograr perderá su verdadero valor.
Te amo, lo sabes. A pesar de los destrozos que ha sufrido mi cuerpo, mi memoria aún no logra fallar. Sí, recuerdo tus curvas a la perfección. Las terminaciones precisas de tu ser, el lugar exacto de cada lunar. Oh amor, si quiero tocarte… sí que quiero…
Cuando brinde el último golpe de mi vieja espada, ¿podré quedarme contigo allá arriba?
Adiós…’
¿Qué habrá de nuevo y bueno para él? Su existir no es más que gritos y gritos. Una balada de espadas y escudos, con cuervos adornando los cielos. Sus graznidos de satisfacción, con sus picos llenos de carne muerta, son la melodía de día y noche en este campo de batalla.
Hoy, no se sabe de su paradero. Dicen en las cercanías que se escuchan llantos en las noches, y gritos en el día…”
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment