“Para él, quien me lo arrebató todo, le deseo vida eterna.
Para él, quien me derrotó en el campo de batalla…
Sé que es humano (o quizás es menos) pensar en venganza, ¡pero maldita sea que me hierve la sangre! ¡El puño tensando la espada con toda la fuerza del Universo encima de ella! El odio, el rencor, la ira, la furia… ¡sentir el cuerpo entero llenarse de esas sensaciones como para apretar la armadura puesta, sacársela en una ráfaga de desesperación, gritar con el rugido de mil leones y arremeter contra todo que está al alcance! La condenada vía de un guerrero que lamentablemente no ha logrado asumir su derrota total. El corazón debe ser fuerte, pero no invencible. En la batalla de la vida no se adquiere la victoria por medio de la aniquilación de su enemigo, sino por cuán fuerte sea uno para resistir todos los golpes que le brinden y seguir en pie. Ésa es la verdadera gloria. Fortaleza ante el dolor. Dignidad ante el sufrir. Ella significa mucho para mí, es cierto. También es verdad el infierno que siento en mi mente y en mi corazón. Sin embargo, a pesar de todo, levantaré ánimo y moral. Que él cante victoria mientras pueda. “Lo que no me mata, me fortalece”.
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