“Recién levantándome. Son las 6 de la mañana. Hay algo que me tiene inquieto. Es un recuerdo. Oh, sí, qué delicioso es. Rememoro el momento crucial de ese día. Un espectáculo, un evento personal. Algo de locura y frenesí rellenaron un poco siquiera esos minutos (¿o fueron segundos agigantados?). Sí, querida. Lo que me acosa es el instante en el que te tuve en mis brazos. Los autos que pasaban aceptaron el acuerdo que les planteé y callaron. El mundo circundante calló. No sé si cerraste los ojos o no. Era difícil adivinar con tus lentes de sol puestos. Me puse a pensar, mirándote, y comencé a analizar otros cuerpos, otros físicos, comparándolos patéticamente al tuyo. Las otras que alguna vez abracé eran meras atracciones. La piel y las curvas que poseían lograban despertar en mí cierto grado de lujuria. Pero en ti fue un total descubrimiento. Era abrazar una modesta sonrisa. Era abrazar una ternura indescriptible. Era abrazar tu cariño, tu amor, el rincón de tu corazón que, con mucho orgullo, he ganado. Era abrazar los dos años que hemos compartido, disfrutado, sufrido y superado juntos. ¡Qué exquisitez más grande! No todos los días me puedo dar este lujo de ti.
Tu piel atrapa mi mirada, es cierto. Negártelo sería suicida. El recuerdo táctil de tus manos. Pero sé que no son sólo carne y hueso. Son también algo más. Algo que sólo yo pude percatar. Éstas me dijeron “te quiero”. Espero que hayas sentido el mensaje de las mías. Algo te dijeron, mi amor. ¿Supiste qué cosa?”
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