Era tarde. Los campanazos de ese gran reloj estremecían mi corazón durante mi lenta retirada. El silencio me dejaba en claro de lo dormida que yacía mi ciudad, dándome poderosos pensamientos:
-"¿Qué eres para mí? Toma una estrella y fragméntala en miles de millares de pedazos. En cada uno de ellos imprégnale un hermoso recuerdo. Luego las vuelves a unir, formando grandes y brillantes bolas de cristal. Hazlo con cada estrela a tu paso. Con cada una, vas conformando la silueta del ser amado. Con cada cristal en cada centímetro de su cuerpo. Ésa es una idea de lo que eres para mí..."
Eran ya pasadas las 11 de la noche y sólo quería volver a la plaza donde pude verte por primera y última vez.
-"¿Qué quiero de ti? No lo sé..."
Y la mente me traslada a muchos lugares, en cuestión de segundos. Una escena, una taza de café, un cigarrillo... un beso. Una bellísima sonrisa.
-"... luego te miré a los ojos. No noté malintención alguna... me siento más segura... sólo quiero que seas feliz... no me mantengo a tu lado por lo que fuiste o lo que eres, sino por lo que podrías llegar a ser..."
De pronto la maldita calle desierta. Ni un solo perro durmiendo en cartones, ni siquiera un pobre y miserable borracho tirado en las aceras. El último campanazo de las 11 ya me había derrotado la frialdad... y comencé a llorar.
Vagos recuerdos quedan. La casa, la cama deshecha... y yo tirándome en ella, resignado.
-"Qué bueno haberte conocido... me gustas... mi niño..."
Tus palabras envenenan mi sueño, como un desgraciado insecto contra el poderoso escorpión. La diferencia yace en que el insecto se defiende... yo no.
Abro los ojos. Allí estás, cobijándome en la suavidad de tus brazos, en la dulzura de tus labios. Vuelvo a abrirlos... ya no estás. Es otro lunes.. otro maldito lunes escrito en mi historia. Sin embargo, el sol brilla diferente.
He muerto... y he vuelto a nacer. Gracias, vida mía.
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