“Eterno era el descansar. Mi cuerpo yacía entre mis queridas sábanas, incomunicado del mundo. Desperté con el tiempo. Te encontré a pocos metros de mí, descubriendo mis cosas, intrigada en lo mío.
- ¿Qué haces aquí?
- Tus papás no están, tu hermana tampoco. Te quise cuidar y leo tus cosas…
No te respondí, corazón. Me levanté de súbito. Sentí mis pasos caer, pesados, como armadura recién forjada. El sueño aún me hacía su presa. Más lentos fueron mis pasos al sentirte presente en mi sagrado lugar, invadiéndome entero, con tu aroma celestial de rosas y azúcar. Llegué lentamente a mi puerta, cuando me dijiste.
- En la cocina te dejé desayuno hecho.
Agradeciéndotelo, como correspondía, bajé las escaleras. Efectivamente encontré el plato, la taza, la cuchara. Tan poco usual era verlo hecho. Tan poco usual era ser atendido. Tan poco usual era comer algo, hecho por ti, con tus manos, con tus benditas manos, mientras que pensabas en mí. Hasta logré sentir el sabor diferente.
- ¿Por qué no te lo comes arriba, conmigo? Aquí estás muy solo...
- Suelo comer solo.
- Pero si yo estoy acá… - Y me miraste, inyectándome esa luz divina en mi propio ánimo matutino.
- Lo sé, pero aún no creo que estés aquí.- Al escuchar esto, tu mirada cambió repentinamente. Desde la mirada tierna y desigual, hasta la sorprendida y confusa.
- ¿Por qué lo dices?
- Yo sé que no estás aquí.- Evidenciando la realidad, bajaste tu mirar, sin saber qué decir al respecto. Entonces hablé:
- Eres parte de mis días, y a la vez, un fragmento celestial. De alas etéreas, extendidas, llegaste silenciosa como parte de todos y parte de mí. Todos te miran, y a la vez, no lo hacen. Quiénes gustan y son dichosos de esto, soy sólo yo, quien es dueño de una enormidad de felicidad mentirosa: La Alucinada.
Sonrojaste…
- Entonces, si sabías todo esto, ¿por qué me sigues hablando?- Tomando un buen respiro, contesté:
- Porque estoy enamorado de ti.”
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