De profundis clamavi cor meum, epur cor tua non contestat, et anima mea non requiescat. A batallar una vez más...con mi lápiz como espada. La batalla, para los valientes, es un viaje sólo de ida.
Sunday, March 09, 2008
El ataque...
"Cortando el cielo en medio de un ataque de frenesí e ira, la espada del Gran Paladín se alza en el aire. Corriendo contra el viento, enfrentándose a la marea de hombres, demonios, seres... enemigos. Ya no hay calma. Ya no hay paciencia. Sólo sed de sangre. El Universo entero yace en su cuerpo fanático. Las infinitas energías que yacen en el Paladín se traslucen y se transforman en meros puntos rojos, como sus ojos enfurecidos. El enemigo logra apreciar el color de éstos, a pesar del yelmo que los cubre. Los ojos asustados y los rostros enmudecidos de miedo comienzan a esparcir la moral perdida entre los indignos. Comienza la retirada. Sin vacilar, el Paladín los persigue. Quiere más y más. Está hambriento de Victorias, está hambriento de Amor. Es la nueva marcha de Venganza. Ríos enteros tiñen la tierra de color escarlata. La luz traspasando el nuevo color revela el acto del Gran Paladín. Grita y aúlla como un perro herido mortalmente, cruzando el campo de batalla corriendo, hasta caer al suelo, tropezándose torpemente. El impacto del yelmo en la cabeza le hace perder el sentido del tiempo. El acero incrustado en el cráneo. Lo escarlata recorriendo la armadura. Logra levantarse una vez más. La imagen y el recuerdo del campo de batalla se borran momentáneamente, reemplazados por luz, paz, pureza, ella. La mujer a quien siempre anheló, presente cara a cara. Consuela al desgraciado Paladín. Sus palabras de azúcar y su piel de plumas logran relajarlo y brindarle el éxtasis de la armonía. Sus manos van hacia el yelmo, y con dulce delicadeza, lo remueve de la cara y la cabeza. El sudor y la sangre mezclados en un aire de cansancio y furia, ya ésta casi ausente. La mujer, con un pañuelo, secando y limpiando el rostro del Paladín. Éste no deja de mirarla a los ojos, sus brillantes ojos, su brillante mirar, que logra dominarlo entero, que logra tranquilizar su pasión, su deseo de lucha, de batalla, de guerra. Ya terminada la tarea, la mujer, el intento de ángel y ninfa, usa su arma más efectiva. No importan las armaduras, no importan los escudos, no importan las túnicas de anillos y placas cubriendo el cuerpo entero del pobre Paladín. Ella penetra toda defensa existente, con la sensualidad que ella sabe usar, y cubre de un color vivo los labios del Caballero. El momento parece eterno, pero con lo pronto que arribó, así de pronto se desvanece. Volviendo a la realidad, el Caballero recoge su yelmo, descubriendo un clavel blanco, crecido y maduro, en medio de la tierra muerta. Guarda su espada. La ira ha pasado..."
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