"Días de felicidad y regocijo para el Gran Paladín. Las hazañas logradas en el campo de batalla al fin le regalan tiempos de paz y armonía. La vida le sonríe.
Admira el campo de batalla desde lo alto. Antes roído de belleza natural, ahora, con el paso del tiempo, ha ido recuperando su exquisitez divina. El Gran Paladín, magnífico y glorioso, busca entre las placas de su armadura una pequeña cadena que posee. Es una cruz que pende de esta cadenita, con un aroma femenino impregnado. Fue un regalo de su amada a este Caballero, con el objeto de que ella estuviera siempre presente, en cada segundo de la lucha. De cuidarlo, de quererlo... El Gran Paladín besa la cruz y recita unas cuantas palabras, disparadas al aire, al bendito viento, anhelando que éstas lleguen a oídos de su amada mujer...
'Cuánto anhelo tu corazón en mi puerta, tu alma en mi hogar, tu cuerpo en mi cama... Por favor, corazón, cuídame en cada choque de acero. Ilumíname en cada paso que tome, en cada paso al paraíso, en cada paso al infierno. Bríndame de tu divina gracia y de tu sonrisa al caer el pilar de la moral. Bendice esta armadura y esta espada, ya que porto éstas sólo por ti... por ti y nada más. Haz de mis días un dulce manjar, tal cual lo eres tú, y no malditos. Dame fuerzas para poder regresar a casa, a tus brazos, a tus labios, a tu corazón, preciosa.'
Terminando estas palabras, el Gran Paladín guarda la cadena y la deja en su corazón..."
No comments:
Post a Comment