"El Caballero una vez más vuelve a los viejos y harapientos aposentos de la tierra. Del hueco entre el jardín y el lago color escarlata. Enfermo y cansado de desiluciones, el Caballero se replantea su moral, su porvenir, su existencia total. La maldita monotonía de sus días, de sólo espadas y sangre, es la agonía de este desgraciado.
- Muchos son los días oscuros, mi amor. Ya no logro ver tu luz. Todo es igual. Nada es distinto.
Se lava las manos en el río sangriento.
- No queda mucho, mi niña, mas desespero... Quiero navegar contigo al fin del mundo, y vivir otra vida más... sólo contigo. Empezar a forjar, otra vez...
El ángel lo mira, triste y decaído.
- No intervengas. - Ordenó Dios.
El ángel lo sabía... lamentablemente lo sabía..."
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