Aquí estoy, al fin. He cumplido mi parte, mi deuda, mi condenada promesa. He logrado huir de mi realidad a tierras aparentemente paradisíacas, encontrando descubrimientos nunca antes vistos, lo sabes camarada. Y nadie mejor que tú para confesarte estas intimidades, cosa inexistente. Quizás qué pensarás de mí después de esto, mas, a estas alturas de la vida (o tú, no los veo diferentes), ya no importa tanto. Y es que el corazón de un joven caballero es tan fogoso, lleno de ambiciones y glorias del pasado. Tú lo has dicho, eterna amiga mía. Dime tú, querida, ¿te cuento? Tú, que a tantos traes y a tantos te llevas... y muy pronto, a mí también... bueno lo haré. De todas maneras las malditas lenguas de los hombres suelen soltarse por sí mismas, contra mi voluntad.
Encontré una flor. ¡Por supuesto, ésa misma! Lógico que te darías cuenta. He estado perdiendo mi eterno enamoramiento por ti, Querida. Sí, lo siento, estoy dejando de lado la tentación y las tierras infernales que con tanto gusto me has ofrecido. Lo sé, lo sé... ¿cómo las podría rechazar? Soy dueño de esos terrenos, dignos de indignos. Perdóname... encontré una flor... sí, no sé... quizás...
No comments:
Post a Comment