Anduve deambulando por días y noches, con mi sombra como leal compañera. Y en el final de mi sendero, no llegué a ninguna parte. Sólo me devolví de donde empecé. Esto me dejó con unas cuantas preguntas circulando por mi cabeza, y, a la vez, unas tantas conclusiones. Una de ellas sobresale de todas:
Todos tenemos miedo de enfrentarnos a la vida. Cada vez que la vamos experimentando, es un poco más de miedo. Miedo de volver a perder. Temor de volver a caer. Porque en el lugar y en el minuto, con el alma enaltecida, dimos todo nuestro yo por lograrlo... y caimos. Y volvemos a caer. Ante esto, cada uno toma una decisión, y ésa será el comienzo de un nuevo sendero quizás, o simplemente el mismo más fortalecido. Unos toman el camino fácil, otros el desafiante. ¿Quiénes quedamos al final...? Los tercos. Los ambiciosos. Los que no aceptan la derrota como un NO eterno. Así estoy yo.
Que la vida sople sus vientos huracanados contra mí. Soy una montaña que no piensa moverse.
Mi libro (a punto de ser finalizado) es mi mejor carta. Mi mayor creación, y mi más gran orgullo. Éso será mi legado ante la vida. Y aunque caiga y no vuelva a levantarme nunca más, no me podrá borrar mi recuerdo. El personaje y su historia, la historia de su vida, vivirán por mí. Él vivirá por siempre, y ésta es, lejos, mi mayor victoria ante la batalla de la vida.
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