“Tiempos malditos. Sólo eso. Tiempos malditos. Cualquier día. Sólo eso.
El lento abrir de la puerta principal, y el rugir que lo conlleva. El eco eterno de los pasos pesados en el pasillo. La longevidad de la casa y sus centímetros. La escalera y sus gigantes. El silencio que me abruma y me llama. Las ilusiones… coqueteándome… en el sofá, en la cama y en la terraza. Los recuerdos gritándome, constantemente. Es el infinito de mi hogar y su soledad. ¿Qué haré? ¿Qué haré? Cada día muerto, es una vida exterminada. Cada día naciendo, es una vida reencarnada. ¿Qué haré ahora, que duermo solo, despierto solo, con el recuerdo maldito del ayer, y del otro ayer, y de aquél ayer? Y así, y así y así. Golpeando. Aniquilándome por dentro. La Muerte y la Soledad van de mis manos… contentas, felices, quemando mi entorno, y mis minutos, acompañadas de las tonadas más tristes existentes. Así vivo, suicidándome cada segundo. Maldito sea quien creó la resignación.
Vivo en la espera de su llegada, su ansiado arribo, el más anhelado. Sin embargo, miro atrás, y me corroe sangre negra. De mis ojos, de mis manos, de mis labios. La Culpa me ha condenado eternamente, maldiciendo mis días, mi completa existencia, quitándome motivos, inspiración, recuerdos de viejas glorias y viejas victorias. Si hay algún Dios allá arriba, soy el mayor hazmerreír que posee.
Y ahora, ni tengo ganas de seguir escribiendo…”
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