"-Mírate cómo estás... ¡tan chiquito y tan tierno!
Asaltante de improviso, hurtabas cada una de mis imágenes de pequeño. Extrañamente sentía el cariño que le dedicabas a cada una de ellas. Optaba por la opción de callar y mirarte fijo. Pero tú, allí sentada en mi sofá, prácticamente comiendo mis fotografías, album por album, gozando de ellas, como si hubieses estado allí. No aceptaste mi bebida, tampoco la comida, sólo querías ver esas fotos.
La luna conquistó esa noche. Omnipresente en todo rincón existente, se lucía todopoderosa. Escasos celestes eso sí. Me distraía un poco observando esto. Luego, me propuse guiarte en cada fotografía, mas me arrepentí. La intimidad me mataría. Es verdad, tengo que recorrer gigantescos metros distanciándome de ti. Después, tomé mi vieja espada... recordé las antiguas batallas. Las veía claramente como te veía a ti. Los enemigos caídos, las victorias, el cansancio y jadeo reinantes en cada instante. La infinita moral. Mucha historia posee esta espada, y la sangre lavada para afirmarlo, así como yo y mis cicatrices. Tú seguías en lo tuyo, aprendiendo mi vida de segundos.
- Tan caballero que saliste, niño.
Mi respuesta era mi silencio. Sólo ojeaba un poco tus piernas desnudas y tu oscura cabellera caída en el lado izquierdo de tu cuerpo, ocultando un poco el escote dominante. Para calmarme, sólo tomaba mi bebida, aunque no sirvió de mucho. Te paraste y te acercaste amenazante, así como tú sabes hacerlo.
- ¿Aquí qué edad tenías?
- Creo que 15 años.
- Ya te veías todo un hombre. - Y me besaste.
¿A los 15 años un hombre? Andaba más preocupado de calificarme en el colegio y de la sociedad. Algo infantil actuaba. Pero debo reconocer que ya escribía. Ya te dedicaba un par de pensamientos, los cuales tengo ocultos en mi cuaderno, debajo del mueble. Nunca darás con ellos. Prefiero que sea así. Jamás sabrás lo que siento de verdad...
-¡Mírame! Era tan fea de niña... - Me llamaste la atención con una fotografía de ambos al tener 16 años.
- Eras más fea que ahora, pero no más hermosa que mañana.
- Gracias, lindo...
Tus brazos rodearon mi cuello y tu rostro se acomodó en mi pecho. Me sentí sonrojar. Me sentí adormecer y a la vez despertar. Me sentí hervir y a la vez tranquilizar. Mil malditas sensaciones que provocaban el acelerado pulso de mi corazón. Tu mano se abrió entera y, posándose en mi pecho, tomó mi corazón nervioso. La otra arrancó mi mano derecha de su bolsillo, escondida entre lo insignificante. Te temí por un par de segundos. Sonreíste. Sonreíste tal cual el sol despertando.
- Ya lo sé... "
No comments:
Post a Comment