"Habiendo terminado la mayor de sus confesiones, el pobre Caballero levantó una vez más sus armas. El cansancio lo desanima un poco, a pesar de sentir en sus labios el sabor de ella. Sólo queda una batalla más que liberar bajo su nombre. Pero el pobre hombre no tenía idea que sería la batalla más trágica, la más sangrienta de todas. Antes de retomar la marcha, piensa:
"¿Pensarás en mí, amor de mi vida? La duda me acosa. Ahora peleo por todo lo que es real, por todo lo que eres tú. Porque le he declarado la guerra a todo lo que se oponga a tu dulce decreto de amor. Porque te defenderé mientras siga vivo. Te amo."
El Enemigo Digno. Por fin el Caballero dio con él. Ya no serían luchas contra innumerables ejércitos, sino contra uno que posee la fuerza de millones. El Caballero no era rival. Lo que hizo después fue confuso para el Enemigo Digno... el Caballero buscó un girasol... y la puso debajo de su escudo. Se paró en medio de la senda y enseñó su espada. Le prohibió el paso a su Enemigo Digno diciendo:
"Para cuando termine este combate, esta flor estará intacta... ven por ella"
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